martes, septiembre 08, 2009

Piense y Hágase Rico

"El dinero es la garantía de que en el futuro tendremos lo que deseemos. Aunque no necesitemos nada por el momento, él nos asegura la posibilidad de satisfacer un nuevo deseo cuando se presente."
ARISTÓTELES, ÉTICA A NICÓMACO

De muchacho, el joven Napoleon Hill tuvo la suerte de reci­bir inspiración y estímulo para alcanzar logros impor­tantes por parte de su serena y paciente madrastra, que le amaba con gran ternura. Ella fue quien indujo a un «niño difícil» a tener carácter y a esforzarse en recibir instrucción para poder alcanzar el éxito.

En el año 1908, mientras trabajaba por cuenta de una revista y cursaba estudios superiores, al joven Hill le asignaron la tarea de entrevistar a Andrew Carnegie, el gran fabricante de acero, filósofo y filán­tropo.

Andrew Carnegie quedó tan gratamente impresio­nado por su entrevistador que le invitó a su casa. Hora tras hora, en el transcurso de aquella visita de tres días de duración, ambos hombres hablaron de fi­losofía. El mayor le explicaba al joven, que le escu­chaba con embeleso, las vidas de los filósofos y el impacto que su filosofía había ejercido en el mundo civilizado.

Durante sus discusiones, Carnegie trataba de ex­presar con lenguaje claro y sencillo los principios y los conceptos de cada uno de los filósofos que explicaba. Y decía algo: cómo aplicar tales principios en la vida cotidiana siendo así que guardaban relación con el individuo, su familia, su profesión o cualquier actividad humana.

UN RETO
Andrew Carnegie era un conocedor de la naturaleza humana. Uno de los medios para esti­mular a un extrovertido agresivo con alto nivel de energía, impulso y tenacidad, y cuya razón y emoción están equilibradas, consiste en retarle. El joven invi­tado era una persona de esta clase. Y fue retado.

«¿Qué es lo que existe en el clima de esta gran nación para que yo, un extranjero, pueda Organizar un negocio y acceder a la riqueza... O para que cual­quier persona pueda alcanzar el éxito?», preguntó Carnegie. Y, antes de que Hill pudiera contestar, aña­dió: «Le desafío a dedicar veinte años de su vida al estudio de la filosofía de los logros norteamericanos y a dar con la respuesta. ¿Acepta?»

«¡Sí!», fue la rápida contestación.

Andrew Carnegie tenía una obsesión: cualquier cosa que mereciera la pena tener en la vida era digna de que se trabajara por ella.

Se mostró dispuesto a dedicar al joven autor su tiempo personal para que pudiera hacerle consultas y le entregó cartas de pre­sentación para los más destacados norteamericanos de su época, haciéndose cargo de todos los gastos ex­traordinarios como, por ejemplo, los ocasionados por los viajes para entrevistar a la gente. Pero quedó bien entendido que Napoleón Hill tendría que trabajar para ganarse la vida.

En el transcurso de los veinte años sucesivos, Hill entrevistó a más de quinientos hombres que habían alcanzado el éxito, entre ellos Henry Ford, William Wrigley, hijo, John Wanamaker, George Eastman, John D. Rockefeller, Thomas A. Edison, Theodore Roosevelt, Albert Hubbard, J. Ogden Armour, Luther Burbank, el doctor Alexander Graham Bell y Julius Rosenwald.

Y, Hill consiguió ganarse la vida mediante la aplicación de muchos de los principios que aprendió de Carnegie y de los hombres a quienes entrevistó. Y, en 1928, completó los ocho volúmenes de "La ley del éxito" que indujeron a miles de personas a hacerse ricos o bien a destacar en sus actividades.

Por recomendación del senador Jennings Ran­dolph, de Virginia Occidental, Napoleón Hill se con­virtió en asesor de dos presidentes de los Estados Unidos: Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt, e influyó en ciertas decisiones suyas que repercutieron en el curso de la historia norteamericana.

Cuando, exactamente veinte años después de la entrevista con Andrew Carnegie, se publicó "La ley del éxito", dicha obra ejerció un impacto mundial. Siete años más tarde, siendo asesor de Franklin D. Roose­velt, Hill empezó a escribir el manuscrito de "Piense y Hágase Rico". El libro se publicó en 1937 y lo han leído más de treinta millones de personas.

Abel Cortese