martes, septiembre 01, 2009

División del pastel financiero (I)

¿Cuándo le han explicado por última vez cómo funciona nuestro sistema económico? No me refiero a una explicación teórica de libro de texto, sino en términos de la vida y de la economía diaria.

¿Le ha explicado alguien la manera más racional de invertir cada dólar que gana?

A mí, desde luego, nadie me explicó nada de eso hasta que Mr. Shoaff me cogió pacientemente de la mano y me lo explicó todo.

La economía de la vida real es seguramente una de las omisiones más evidentes de nuestro sistema educativo. Y lo digo porque, en mis viajes por todo el mundo corno conferenciante, me he encontrado con personas con grandes conocimientos, —médicos, abogados, altos ejecutivos, incluso empresarios—, absolutamente incapaces de administrar sus propios recursos financieros.

Estas personas, expertas en otras materias, son capaces de entender complejos informes anuales, pero la economía cotidiana es un enigma para ellos; son incapaces de asimilar esa economía financieramente hablando de una manera estable, continua y práctica.
Su misma ignorancia les impide enseñar esa economía básica a sus hijos; de esa manera, generación tras generación, continúan ignorantes del milagro que representa el sistema de libre empresa.

Perdónenme, ustedes, por dedicar algún tiempo a revisar la forma en que debe invertirse el dinero para crear riqueza.

IMPUESTOS
Soy consciente de que el tema de los impuestos puede parecer un inicio un tanto raro para una discusión sobre la creación de riqueza. Sin embargo, durante toda nuestra vida, tanto en la juventud como en la vejez, debemos comprender la necesidad de pagar los impuestos. Y nuestros hijos, desde el momento en que disponen de dinero, deben aprender también que cuando lo gastan se convierten en consumidores. Y todos los consumidores, por jóvenes que sean, deben pagar impuestos.

Si un niño de seis años va por primera vez a una tienda a comprar una chuchería de un dólar, el tendero le cobrará seis centavos adicionales. El niño mirará el precio marcado en la etiqueta y preguntará al tendero por qué debe pagar seis centavos más. Es el momento de darle una explicación.

Si el tendero le cobra seis centavos más de lo marcado ¿no debería explicar al niño el destino de ese pago adicional? Porque, en realidad, los seis centavos son del niño. Éste podría preguntar al tendero, que se queda con ellos, el motivo de esa exigencia. Y el tendero le explicará que ese dinero es un impuesto, que él no lo guarda para si, sino que se limita a recogerlo y entregarlo al Estado.

Las dos preguntas siguientes que obviamente podría hacer el niño se referirían a quién se queda con el dinero y para qué lo emplea. Y estas preguntas traerían consigo otro tipo de respuestas muy importantes también. Se le explicaría al niño que los hombres que desean y acuerdan vivir unidos, constituyen una sociedad. Y la sociedad tiene a su cargo la realización de ciertas tareas que los hombres no podemos realizar individualmente.

Por ejemplo, cada vecino no puede construir un trozo de calle y acera. La maquinaria a emplear resultaría muy cara y además tardaría mucho tiempo en aprender a utilizarla. Para eso tenemos Estado. Y el Estado se crea para realizar aquellas tareas que nosotros mismos queremos o deseamos hacer. Hemos acordado aumentar ligeramente el precio en cada compra que hacemos a fin de tener recursos suficientes para pavimentar las calles, las aceras, pagar a la policía, y a los bomberos.

Comprender esto es de gran importancia. Nuestros hijos deben aprenderlo, y nosotros también.

A continuación vienen los impuestos federales. Hay una forma muy clara de explicar los impuestos federales. Yo la denomino «el cuidado y la alimentación de la gallina de los huevos de oro». Es importante alimentar la gallina, pero hay que alimentarla y cuidarla bien a la vez, sin maltrataría ni arrancarle las alas.

¿Qué dice usted? ¿Que la gallina come mucho o incluso demasiado? Probablemente es verdad, pero ¿no comemos todos demasiado? Si es así, un glotón no puede acusar a otro. Si usted se pesa y tiene cinco kilos de más, debe pensar: «El gobierno y yo tenemos cinco kilos de más cada uno; parece que los dos comemos demasiado.» No hay duda al respecto. Todos debemos moderar nuestro apetito y disciplinario, ustedes, yo, y el gobierno. ¡Podríamos ponernos todos a dieta!

Mr. Shoaff me rogó que aceptase siempre con alegría el pago de los impuestos. Debo admitir que me costó bastante tiempo hacerme a la idea, pero finalmente conseguí convencerme de que debía pagar mis impuestos con agrado. Parte de ese cambio de actitud se produjo cuando comencé a comprender la función de los impuestos y que es justo que cada uno pague su parte.

Ahora bien, antes de salir corriendo a despedir a su asesor fiscal, déjeme añadir algo: No pague más de lo que le corresponda. Aprovéchese de todos los incentivos fiscales, ya que se ofrecen como una recompensa por canalizar el dinero hacia sectores que el gobierno considera beneficioso para la economía general del país.

Lo que quiero decir es que cuando haya anotado todos los gastos e ingresos, haya descontado todas las deducciones y haya llegado a la última línea del impreso del impuesto sobre la renta, resultará una cantidad; y sea grande o pequeña, páguela. Y páguela con alegría, convencido de que está alimentando la gallina de los huevos de oro, los huevos de oro de la libertad, de la seguridad, de la justicia, y de la libre empresa.

Incluso añadiría, que todos deberían pagar, hasta las personas más pobres. No me importaría si sólo pagasen un dólar al año. Sería suficiente. La cuestión es permitir a cada uno disfrutar de la dignidad de pagar la parte que le corresponde.

Hay un pasaje en el Evangelio en el que Jesús y varios de sus discípulos observaban a la gente que iba al templo a ofrecer su contribución, Algunos entregaban grandes sumas. Otros daban cantidades más pequeñas. Llegó una pobre mujer que sacó sólo dos monedas y se las entregó al tesorero. Jesús señaló a la mujer y dijo a sus discípulos: «Mirad a esa maravillosa mujer que ha dado sus dos monedas.»

Los discípulos se quedaron estupefactos. «Dos monedas», exclamaron. «Después de las magníficas donaciones que se han hecho hoy ¿por qué pones a esa mujer como ejemplo?» Y Jesús les respondió: «No lo comprendéis, pero esa mujer ha dado más que todos los demás.»

Entonces los discípulos le dijeron: «Dos monedas ha dado esa mujer, y ¿es más que todo lo que han dado los otros? Explícanoslo, maestro.» Y él les contestó: «Sí, porque dos monedas es todo lo que tenía esa mujer.» ¡Sencillamente, admirable!

Pero, sigamos analizando este pasaje. A veces, lo que no se dice, contiene una lección más profunda que lo que se ha dicho. Analicemos lo que Jesús no hizo. Jesús no cogió las dos monedas y se las devolvió a la mujer, diciendo: «Buena mujer, sabemos que eres pobre y digna de conmiseración, de manera que te vamos a devolver las dos monedas.»

¡Esto hubiese sido una afrenta!

Seguramente la mujer le hubiese contestado: «¿Qué es lo que pasa con estas dos monedas? ¿No es mi dinero lo suficientemente bueno? Son todo lo que tengo. ¿Me vas a privar también de mi dignidad?»

Desde luego no sucedió así, y por eso nos proporciona una mayor lección.

No hay comentarios.: